lunes, 16 de abril de 2012

El exorcista. El comienzo

(Exorcist. The Beginning)
USA, 2004. 114m. C.
D.: Renny Harlin P.: James G. Robinson G.: Alexi Hawley, basado en una idea de William Wisher Jr. & Caleb Carr, basado en los personajes creados por William Peter Blatty I.: Stellan Skarsgard, Izabella Scorupco, James D'Arcy, Remy Sweeney

La primera escena de El exorcista. El comienzo resulta una irónica declaración de principios tanto a nivel conceptual como visual. Y si decimos irónica es porque no es una declaración que venga dada por los principales artífices de la obra (ya sea su director o los productores) de cara a presentar las ideas que van a desarrollar a lo largo del metraje, sino que surge del interior de la propia película, como un testimonio de los conflictos de producción que la han originado (1). De entrada, da la impresión de que la saga iniciada con El exorcista es tomada como excusa para hacer un repaso de las diferentes variantes sobre las que se puede realizar una secuela: si la película de John Boorman suponía una continuación directa del film de Friedkin (si bien no en el tono, sí en el argumento) y la tercera entrega dirigida por el propio autor de la novela que lo empezara todo tomaba la forma de un curioso spin-off, con El exorcista. El comienzo entramos en el terreno de la precuela.

En este sentido, el que el film comience con un prólogo situado mil quinientos años de los hechos que se narrarán en el grueso de la película subraya la susodicha condición de precuela, situándonos, efectivamente, en el principio de todo. Y aquí es donde podemos encontrar la única idea interesante del título dirigido por Renny Harlin (heredada, eso sí, de la versión de Paul Schrader). Lo que nos cuenta El exorcista. El comienzo no es tanto el origen del duelo entre la personificación del Mal que supone el demonio Pazuzu y un atormentado Merrin, quien vive un conflicto metafísico (su pérdida de la fe) y material (su adicción al alcohol) tras haberse visto obligado por un comandante nazi a elegir a diez miembros de su congregación para asesinarles delante de él. No, en realidad lo que nos quiere contar la historia ideada por los guionistas William Wisher y Caleb Carr es la liberación de ese Mal dedicado a corromper al ser humano, de minar tanto sus creencias como a contaminar su cuerpo.

Esa iglesia medio enterrada en el desierto, en la cual la iconografía católica ha sido sustituida por una imaginería diabólica y que, en vez de abrir un camino al cielo, señala hacia el interior de la tierra, supone una de las imágenes más poderosas y sugerentes de toda la serie: una gigantesca caja de Pandora levantada para encerrar la esencia del Mal en su interior y enterrada para aprisionarlo para siempre. Así, a medida que la estructura sea desenterrada, una maldición se propagará por los alrededores, degradando con su invisible tacto todo lo que encuentra a su paso: la voraces hienas que devoran a un niño indefenso y que parecen ser dirigidas por el hermano pequeño del mismo; una mujer de la tribu del lugar que da a luz un bebé muerto infestado de gusanos; la doctora Sarah descubre con horror que el útero que le fue extraído en un campo de concentración nazi empieza de nuevo a sangrar.

Yendo incluso más lejos, el hecho de que el comandante Granville, enloquecido por los sucesos, repita las acciones del comandante nazi que perpetró una masacre en el pueblo de Merrin, eliminando fríamente con su pistola a varios nativos insurrectos, dibuja una línea cronológica del Mal por la cual los sucesos más brutales y descarnados perpetrados por el ser humano han sido dirigidos por la mano del Mal (al ejemplo que propone la película, un despiadado cuadro dentro del tristemente célebre Holocausto, podríamos añadir las bombas atómicas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki durante la Segunda Guerra Mundial y la masacre de My Lai que tuvo lugar durante el conflicto bélico en Vietnam). Una línea cronológica que lanza un puente cohesionador a la saga iniciada en El exorcista, mostrando a Regan y al asesino Géminis como nuevas víctimas de este Mal, deseoso de evidenciar su existencia mediante la corrupción de lo puro, de lo bondadoso.

Y es en ente punto cuando tenemos que volver al prólogo que mencionamos en las primeras líneas de este texto y hacer mención de esa declaración de principios visual a la que aludíamos para explicar los motivos por los cuales, con una base tan sugerente como la descrita, finalmente El exorcista. El comienzo, en su versión oficial, es un absoluto desastre. La acción parte de un sacerdote situado en medio de un cambo de batalla formado por los cuerpos masacrados de soldados y monjes. Un virtuoso y virtual travelling retrocede cogiendo velocidad, cruzando una maraña de crucificados boca abajo para finalizar en un plano general. Es en este espectacular movimiento de cámara donde encontramos los motivos por los cuales un equipo de producción puede llegar a pensar que Renny Harlin es un buen sustituto de Paul Schrader.

¿Y qué puede aportar el director de mediocridades como La jungla 2. Alerta roja y Las aventuras de Ford Fairlane (2) al discurso teológico desarrollado por el director de El beso de la pantera? Sin duda, pirotecnia y lugares comunes. Las discusiones filosóficas planteadas por el guión son interrumpidas por constantes golpes de efecto (en los cuales es imprescindible la labor del compositor Trevor Rabin) y la elaboración de formularias escenas de suspense. Un ejemplo que demuestra la labor de Harlin: cuando Merrin llega por primera vez a la aldea cercana a la iglesia enterrada, Harlin sigue al jeep que monta el primero con una grúa; varios minutos después, para mostrar cómo el ejército entra en el mismo lugar, se repite la misma planificación, grúa incluida. Libro de estilo en mano, para Harlin cada idea viene asociada con su correspondiente plano oficial.

La inevitable comparación entre las dos versiones (3) supone un escalofriante reflejo de la visión corporativa que hoy en día se tiene sobre el cine de terror. Las numerosas explosiones gore de El exorcista. El comienzo no obedecen a ilustrar el camino por el cual las tentaciones metafísicas del Mal tienen su respuesta en la exhibición de la vulnerabilidad de la carne, sino a cumplir las expectativas de un público objetivo cuya imagen tipo de una película de El exorcista es un mero catálogo de atrocidades. Sólo así se puede entender el incomprensible giro final cuyo único fin reside en improvisar un exorcismo a imagen y semejanza del que un envejecido Merrin oficiará años después en una casa de un suburbio de Georgetown y que si por algo destaca es en comprobar como Harlin filtra el consabido rito por los códigos de una monster movie a la vez que destilar una lectura misógina devolviendo a la mujer a su condición de tentadora serpiente portadora del pecado original.
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(1) La historia se repite y, de nuevo, el presidente de la productora Morgan Creek se encuentra en el centro de una producción conflictiva relacionada con la saga de El exorcista. Hagamos un breve repaso de los acontecimientos: la muerte de John Frankenheimer, primer director del proyecto, pasa el testigo a Paul Schrader para hacerse cargo de la cuarta entrega de la serie. El montaje que presenta Schrader no es del gusto de los productores quienes lo describen como un material carente de la violencia sangrienta que esperan los fans de la saga. Ante esto, se decide despedir a Schrader y contratar en su lugar a Renny Harlin. Alexi Hawley es encargado de reescribir el guión. Debido a la indisponibilidad del actor Gabriel Mann, un nuevo actor es contratado para interpretar de nuevo el papel del padre Francis y se incorpora la actriz Izabella Scorupco para encarnar un nuevo personaje, Sarah. Con estos cambios (incluyendo la sustitución de Angelo Badalamenti por Trevor Rabin), Harlin vuelve a dirigir la mayor parte del film. Entre los cambios más importantes, destaca el del personaje poseído, que de un joven de la aldea pasa a ser una mujer, un idea que entra en conflicto con lo relatado tanto en El exorcista como en Exorcista II. El hereje. Finalmente, el estreno de la versión oficial se salda con una fría recepción crítica y una floja taquilla, recaudando mundialmente 78 millones de dólares sobre un presupuesto de 80 millones (de los cuales, 30 corresponden a la versión de Schrader y 50 a la de Harlin). Ante este fracaso, se decide estrenar la película de Schrader con el título original de Dominion. Prequel to the Exorcist, editada en DVD en nuestro país con el morboso nombre de El exorcista. El comienzo. La versión prohibida.
(2) Seamos justos y destaquemos algunos títulos más interesantes del director finlandés como el film sobrenatural con Viggo Mortensen Presidio, el vehículo de acción para Sylvester Stallone Máximo riesgo o Deep Blue Sea, sin olvidar el que posiblemente sea su mejor trabajo como director, Pesadilla en Elm Street 4, donde lograba remontar un anoréxico guión debido, entre otros, al oscarizado Brian Helgeland con un arrollador tour de force audiovisual influenciado por el no menos salvaje trabajo de Sam Raimi en Terroríficamente muertos.
(3) Señalemos unas palabras de William Peter Platty quien declaró que ver el film de Harlin fue su experiencia profesional más humillante, decantándose por la versión de Schrader, que definió como un trabajo asombroso, elegante y clásico. Sin duda, tenía motivos para sentirse identificado con el sufrimiento de Schrader por llevar adelante su visión del film.

2 comentarios:

Lord_Pengallan dijo...

Menos mal. Ya pensé que habías abandonado.

José M. García dijo...

Hola Lord. Te agradezco la preocupación. No tengo pensado abandonar, pero sí que debido a asuntos laborales en estos momentos casi no tengo tiempo para el blog. Así que he decidido reducir el ritmo de posteo y poder mantener la extensión de las críticas como hasta ahora (las cuales cada vez me llevan más tiempo de escribir).

Un saludo.